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Joven de 18 años cuenta que su madre lo violó durante 4 años y lo abandonó.


Aunque son más los casos de incesto que involucran al padre, no quiere decir que este no se dé de madre a hijo. Un joven de 18 años hoy cuenta su historia. “¿Qué te digo? Eso no es tema fácil de tratar. Pero sí, yo tal vez sea de los pocos que han vivido esa amarga experiencia”, relata el muchacho al tiempo que manosea un rosario que deja claro su devoción religiosa. Como contribución a esta serie, Lavinia Fernández, especialista de la conducta, y columnista de esta sección, relata el caso de un padre y hermano de su hijo que llegó a su consultorio en busca de ayuda para lidiar con este trauma dejado por la relación que tuvo con su madre, también abuela del niño.

Muy fuerte. Pero hay que continuar contando la historia. Esta es la del joven de 18 años. “Dios mío ayúdame a contar esta historia. Tal vez así la supero”, exclama mientras se prepara para dar los detalles de aquellos años en que fue víctima de incesto por parte de su madre. “¿Usted no va a decir mi nombre, cierto? “Claro que no”, fue la respuesta. “Pues sigamos. Yo tenía seis años. Recuerdo como ahora esa primera vez, porque sabe, esas cosas no se olvidan nunca. Ella y mi papá se habían dejado y quedó como loca, digo yo..”, no termina la frase porque lo traiciona un nudo en la garganta que al parecer se había multiplicado entre quienes le acompañaban. Todos con ganas de llorar.

“Disculpen. Les repito: esto no es fácil. Yo dormía con ella, y esa noche siento que me está besando todo mi cuerpo, pero no como una madre lo hace con su único hijo. Soy un niño, pero no estaba acostumbrado a eso”, de nuevo toca esperar. Las lágrimas boicoteaban su deseo de compartir su historia como lo han hecho a través de esta serie otras víctimas de incesto. Se para de la silla, camina hacia un lavadero que queda en el patio de la casa, y se echa agua en la cara como si de esa forma quisiera lavar el daño que le causó su progenitora. Regresa ya más calmado. “Perdonen. Les estoy quitando mucho tiempo. Nunca había hablado de esto públicamente. El caso es que cuando le digo: ‘Mami no me beses así’, ella me contestó: ‘Y qué es mi niño, es que yo te quiero mucho’. No era así, te lo juro que no era ese amor. Dios, ella me besó mi pene, tú estás oyendo bien, mi pene. No puedo con esto”, rompe en llanto por un largo tiempo.

Fue una entrevista difícil. No había forma de no sentirse parte de ese hecho atroz. Más rojos no podían estar sus ojos. Su voz se quebraba y se podía advertir una evidente vergüenza por ser una de las pocas personas, como él lo dice, que no recuerda a su madre como ese ser sublime que todos aman, sino como el monstruo que le quitó su inocencia.

“LA PERDONÉ, PERO NO OLVIDO QUE FUI ABUSADO”
Fue doña Lavinia Fernández, una columnista de esta sección La Vida, la que alertó sobre el incesto de madre a hijo. El caso salió a relucir porque lo que se ha escrito en esta serie le ha pegado fuerte a quienes han leído estas historias. Sin embargo, escuchar a alguien decir que ha sido víctima de abuso sexual por parte de su propia madre, rompe todos los límites. Si no lo cree, lea esto: “Yo era muy niño. Tenía seis años... Y ella me decía que eso era normal. Me acariciaba, y yo inocente le preguntaba que por qué ella hacía esos ruidos, que hoy sé que son eróticos. No me respondía y seguía haciéndome cosas indecorosas”, revela hoy un muchacho de 18 años que se ha refugiado en la iglesia para poder sobrevivir a esta tragedia emocional y física que le causó la persona considerada como el ser más sublime que hay sobre la Tierra: la madre.

Haciendo preguntas y por qué no, descubriendo de mala forma su sexualidad, el niño crecía y seguía siendo víctima de su madre. “Cada vez que mi papá iba a verme, no me deja solo con él. Tampoco me podía ir cuando iba a buscarme. No olvido que ella siempre me repetía: ‘Lo que pasa entre tú y yo es amor y nadie debe saberlo’. Eso me horrorizaba, pero imagínate, ¿qué yo podía hacer?”, se pregunta muy triste.

Cada vez avanzaba más esta relación de incesto que causa tanta repulsión como tristeza. Lo asegura con sus mejillas mojadas, sus manos sudorosas y un movimiento en sus piernas que delataba que un dolor profundo se adueña de su paz. No ha sido suficiente el acercarse a la iglesia para ir tras la cura espiritual. “Sé que tengo que esperar que el tiempo pase, y con la ayuda de Dios, salir adelante”.

Ya con 10 años, cuatro de ellos siendo víctima de incesto, el niño llevó una mala nota a su casa. “¿Y qué fue, te quemaste?”, le preguntó, según narra el joven que ayuda a otros muchachos a seguir el camino de Dios. “Le respondí: ‘¿Y cómo no me voy a quemar? Tú no me dejaste estudiar, tú sabes por qué’. No sé cómo usted va a asimilar esto porque es fuerte”, hace un profundo silencio y continúa: “Yo duraba hasta una hora haciéndole sexo oral a ella”, da un puñetazo en una mesita que había cerca, y dice: “Ya dejemos esto hasta aquí”.

Ya ni quien escribe quería seguir escuchando la historia. Fue necesario abandonar por un momento el escenario para recuperar fuerzas. Un profesor de canto religioso que él tiene en la iglesia a la que asiste, que por lo visto conoce el caso, lo convence de que termine de relatarla, alegando que eso lo ayudaría a curar sus heridas. “Con esto vas a ayudar a otros muchachos que tal vez estén atravesando por algo similar”, le aconsejó.

Un sí que emitió con la cabeza, le informó al equipo de LISTÍN DIARIO, que tenía que aguantar, y seguir escuchando lo que ya le estaba haciendo daño. El deber llama. Unos 11 minutos más tarde, el joven retoma la historia. “Después de ese día, me sentí con fuerza, y me revelé. No le dije que se lo diría a mi papá, pero se dio cuenta de que ya yo estaba harto. Se acercó a besarme con esa pasión que yo aborrecía. Le quité la cara, y la empujé. Ella es de baja estatura y ya yo estaba como de su tamaño. Me acosté y cerré la puerta con seguro. La abrió y me amenazó. Callé”, cuenta dejando claro que para ese momento estaba actuando como debía.

Cuando llegó el sábado que mi papá fue a buscarme, como cosa de Dios le dijo: ‘Hoy me llevo el niño’, que tú solo quiere andar con ese muchacho pegado. Ya se está haciendo un hombrecito. Me lo llevo’. Eso le dijo él”; respira profundo. “Bueno, el caso es que yo me le pegué a mi papá, y me fui para volver el domingo. Se lo conté esa misma noche. Él no me podía creer. Me hizo tantas preguntasÖ De verdad que no lo creía. Quería ir a buscarla, pero yo le dije que no porque ella iba a empatar conmigo”, cuenta mientras se pasa la mano por su abundante cabellera.

Como era de esperarse, el domingo su padre madrugó y lo despertó para que le acompañara. “Cuando llegamos, ella vivía en Los Mina y mi papá en Los Guaricanos, en casas alquiladas ambos, ella se había mudado. Les preguntamos a los vecinos, y un señor con el que ella se juntaba a beber, nos informó que se mudó porque le pidieron la casa”, no se quedaron de brazos cruzados. Siguieron buscándola. “Me sentía y me siento mal, porque soy un número en una lista que tiene pocos nombres”, hace silencio.